miércoles, 11 de diciembre de 2013

(V)

La luna verde brillaba en el cielo. Verde por pasar tras cristal policromado. Verde por brillar.

El viento, quieto en el suelo, se elevaba unos metros meciendo con ternura pasional las ramas del árbol otoñal, en el patio afrancesado imperaba el ocre del suelo. El ocaso se teñía de negro y la luna de mar, incrementaba su sonrisa, sentía desplegar sus alas, la noche se cernía sobre el patio afrancesado que estando en medio de la nada, se ocultaba en el tiempo y el espacio...

Los dos se miraban, ella tan diferente como la primera vez que la vio, con una esencia en los ojos que le hicieron parpadear al verla. Tardó en darse cuenta, pero esa mirada era la que le mantenía despierto las largas noches de agonía existencial. Más que la mirada, su ausencia. 
Él tan alto, con barba de unos días, una barba que funciona como imán. Un imán que busca besar. Mirada perdida, pelo alborotado, sonrisa por sonrisa.

Ambos dos en el patio afrancesado, 
compartían secretos con las manos,
buscaban miradas entre miradas,
se robaban besos con los labios,
los labios que tan poco han besado.
Ambos dos, en el patio afrancesado.

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